En un mundo donde la fe religiosa ha
dominado durante milenios, un fenómeno sutil pero persistente está transformando
el panorama espiritual: El aumento de los no creyentes. Aunque las “cifras
oficiales” hablan de apenas un 19% de la población mundial, algunos analistas
sugieren que en realidad esta población podría ser de hasta el 40% de la
humanidad, pero ocultándose por miedo a represalias en naciones cristianas e
islámicas.
Según algunas encuestas globales hay un
crecimiento muy notable en Occidente de los no creyentes. Esto es un signo de
madurez intelectual que merece ser abrazado sin prejuicios. Países antiguamente
conservadores como China, Japón, República Checa, Albania, Estonia, Suecia,
Holanda, Francia, España, Italia y México, ahora los no creyentes son una muy
notable parte de la sociedad, y en varios países ya son la mayoría.
Los números hablan de un cambio
innegable, aunque no tan drástico como las estimaciones más optimistas. De
acuerdo con el Pew Research Center, en 2010, los "no afiliados", que
incluyen ateos, agnósticos y aquellos sin religión específica, constituían
aproximadamente el 16% de la población global, o unos 1,100 millones de
personas. Para 2050, se proyecta que este grupo crezca en a más de 1,200
millones. En regiones como Asia-Pacífico, donde reside el 76% de los ateos y no
religiosos globales, el fenómeno es más pronunciado.
En Occidente, el ascenso es más
evidente y acelerado. Países como En Estados Unidos, por ejemplo, los ateos,
agnósticos y no afiliados han pasado del 22% en 2008 al 36% en 2021. En el
Reino Unido, un estudio reciente indica que los ateos superan a los teístas por
primera vez, representando más del 50% de la población. Europa Occidental y
Norteamérica muestran descensos en la religiosidad, con países como Suecia
(hasta 85% de ateos/agnósticos en algunas estimaciones) y Japón (65%)
liderando. Este crecimiento se atribuye a factores como el acceso a la
educación, el avance científico y la exposición a perspectivas diversas, que
diluyen el dominio de visiones religiosas tradicionales.
Como dato curioso, la “Generación Z”,
muestra una evidente aceptación al ateísmo, pero con un aumento en lo
"espiritual pero no religioso". La ideología progresista y de mente
abierta predominante en este movimiento, ha brindado un panorama más amigable
al pensamiento no religioso.
En muchos países, el ateísmo conlleva
estigma social, discriminación e incluso peligro mortal. En naciones islámicas
como Afganistán, Irán, Maldivas, Mauritania, Pakistán, Arabia Saudita y Sudán,
expresar ateísmo o apostasía puede resultar en la pena de muerte.
Más de 70 países criminalizan la
blasfemia, que a menudo incluye el ateísmo, con castigos que van desde multas
hasta ejecuciones. En Arabia Saudita, los ateos son etiquetados como
"terroristas" por decreto real. Incluso en contextos cristianos, como
en partes conservadoras de África, América Latina o el sur de Estados Unidos, los
ateos enfrentan ostracismo familiar, acoso laboral y prejuicios que los ven
como "herejes" o “blasfemos”. Incluso en países como España y México,
existen grupos religiosos de odio que se dedican a atacar y hostigar las expresiones
públicas o en redes de laicismo y ateísmo.
Un estudio global revela que el sesgo
contra ateos es más fuerte en países religiosos como Estados Unidos, Emiratos
Árabes Unidos e India, donde se les percibe como “no confiables”. Esto lleva a
que muchos ateos se oculten, respondiendo encuestas con respuestas ambiguas o
participando en prácticas religiosas por presión social.
La idea de que los no creyentes podrían
ser el 40% de la población mundial (mencionada en debates informales y redes
sociales) podría ser más una oculta realidad que un mito. El subregistro en
entornos represivos sugiere que la cifra real de no creyentes podría ser mucho mayor
de lo reportado de forma oficial. En Túnez, por ejemplo, ateos enfrentan
prisión por publicaciones en redes sociales, y en Líbano, figuras públicas los
ridiculizan abiertamente. Esta ocultación no solo distorsiona las estadísticas,
sino que perpetúa un ciclo de aislamiento y ansiedad mental para los no
creyentes.
Desde una perspectiva humanista, este claro
ascenso del ateísmo no es una amenaza, sino un testimonio de progreso humano.
Representa la liberación de dogmas impuestos, fomentando sociedades basadas en
razón, ética secular y derechos universales. Países con altos niveles de
ateísmo, como Chequia, Suecia o Nueva Zelanda, destacan en índices de
felicidad, igualdad y baja criminalidad, desmintiendo el mito de que la moral
depende de la religión. Sin embargo, el miedo en naciones cristianas e islámicas
revela una hipocresía; pues religiones que predican amor y tolerancia a menudo
responden con evidente hostilidad. Es hora de que el mundo promueva la libertad
de creencia, o no creencia, como un pilar de la democracia. Solo entonces, los
ateos podrán salir de las sombras, enriqueciendo el diálogo global con perspectivas
racionales y humanistas.
En última instancia, el ateísmo no es
el fin de la espiritualidad, sino su evolución. Mientras el mundo se
seculariza, recordemos que la verdadera fe, ya sea en un dios o en la humanidad,
florece en la libertad, no bajo las cadenas del odio y del temor.
Si tienes que defender a tu dios con
odio y mentiras, significa que en realidad no es un dios, es una mentira.
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