En el corazón de la devoción mexicana late la imagen de la Virgen de
Guadalupe, un símbolo de fe, identidad y resistencia cultural que ha
trascendido siglos.
Tradicionalmente, la narrativa católica oficial sostiene que esta imagen
“milagrosa” apareció de forma divina en la tilma de Juan Diego en 1531, durante
una serie de apariciones marianas en el cerro del Tepeyac.
Sin embargo, un examen riguroso de los datos históricos revela una
historia más humana y arraigada en el talento indígena del siglo XVI. El
verdadero artífice detrás de esta icónica obra no fue un milagro celestial,
sino el pincel de Marcos Cipac de Aquino, un pintor indígena nahua cuya
contribución ha sido eclipsada por el oscurantismo religioso. Basándonos en
testimonios contemporáneos, crónicas coloniales y análisis académicos, es hora
de reconocer el genio humano en esta pieza maestra.
La evidencia histórica comienza en los archivos eclesiásticos de 1556,
apenas un cuarto de siglo después de la supuesta aparición. En ese año, el
fraile franciscano Francisco de Bustamante, denunció públicamente la imagen
como una creación humana durante un sermón en la Catedral de México.
Bustamante, preocupado por lo que consideraba una devoción excesiva y potencialmente
idólatra, instó a una investigación oficial liderada por el arzobispo Alonso de
Montúfar. Durante esta indagatoria, Bustamante y cuatro testigos declararon
bajo juramento que la imagen en la tilma era obra de manos humanas. Uno de los
testigos identificó explícitamente al artista como "el indio Marcos",
un pintor nativo que operaba en la Ciudad de México en la década de 1550. Era
una época en que los artistas indígenas, eran capacitados en los conventos
franciscanos, y fusionaban tradiciones prehispánicas con influencias europeas
para producir arte religioso.
¿Quién era este "indio Marcos"? Los historiadores lo
identifican como Marcos Cipac de Aquino, un talentoso pintor nahua mencionado
en varias crónicas clave de la conquista. Bernal Díaz del Castillo, en su obra
"Historia verdadera de la conquista de la Nueva España", elogia a
Cipac de Aquino como uno de los tres pintores indígenas más destacados de
América, comparándolo nada menos que con el renacentista italiano Miguel Ángel.
Bernal Díaz, testigo ocular de la conquista, describe a Cipac como un
maestro en el arte pictórico, capaz de crear obras de gran belleza y detalle.
En el fértil ambiente cultural de la Nueva España posterior a la conquista,
donde los frailes enseñaban técnicas europeas a los artistas nativos. Cipac
trabajaba bajo el mando de figuras como el arzobispo Montúfar.
Estudios académicos, como el gran análisis e investigación de Jeanette
Peterson, sugieren que Cipac intencionalmente incorporó elementos étnicos en la
imagen como la piel morena de la Virgen, su cabello negro y su postura, que
evocan a la diosa azteca Tonantzin, diosa madre venerada originalmente en el
mismo Carro del Tepeyac. Estos rasgos no solo verifican una autoría indígena,
sino que también explican cómo la imagen sirvió como herramienta para el
adoctrinamiento, adaptando el catolicismo a las creencias locales.
Otras fuentes adicionales corroboran esta tesis. En el contexto de la
colonización española tras la caída de Tenochtitlán en 1521, la imagen de
Guadalupe emergió como un instrumento de conversión. Portales educativos como
Smarthistory y Khan Academy señalan que varios expertos atribuyen la obra directamente
a Cipac, realizada en siglo XVI, y la describen como un producto de la cultura
virreinal, inspirado en grabados marianos europeos, libros ilustrados y murales
monásticos.
La tela de la tilma, que no es un ayate, está hecha de una mezcla de
cáñamo y lino, no de fibras de agave como se cuenta, y los pigmentos
utilizados, aunque duraderos, se alinean perfectamente con técnicas pictóricas del
siglo XVI, no con un origen sobrenatural. Recordemos que existen obras
pictóricas mucho más antiguas, pertenecientes al Arte Bizantino y al Gótico
Temprano, que siguen existiendo en nuestros días.
Por supuesto, la Iglesia Católica mantiene la posición oficial de que la
imagen es un “milagro divino”, impreso en un ayate sin intervención humana, como
se señala en documentos vaticanos y en la tradición guadalupana. Recordemos que
esta veneración le ha generado enormes ganancias económicas durante varios
siglos, por eso la importancia de este símbolo en Latinoamérica.
A pesar de los “estudios científicos”, que “no encontraron explicación
para su preservación”, pero tampoco descartaron su muy posible origen humano.
Sin embargo, estos argumentos no invalidan los testimonios históricos desde
1556, que preceden a la consolidación de la leyenda milagrosa. Críticos
escépticos, como los del Skeptical Inquirer, ven la imagen como una pintura del
siglo XVI, posiblemente creada para fomentar la devoción en una población indígena
recién convertida.
Sobre el mito de Juan Diego... Joaquín García Icazbalceta, historiador
del siglo XIX, negó la historia de la aparición e indicó en un informe al
arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, en 1883, que nunca existió
tal persona llamada Juan Diego Cuauhtlatoatzin, algo que en su momento también
confirmó el propio Guillermo Schulenburg, antiguo abad de la Basílica de
Guadalupe, y también negado por Stafford Poole, sacerdote, historiador e
investigador estadounidense especializado en el tema guadalupano. Pero Juan
Pablo II lo hizo "santo", faltando a su mandamiento de no levantar
falso testimonio.
Por si fuese poco, siendo honestos, la Virgen de Guadalupe del Tepeyac
sería una versión pictórica tropicalizada de la antigua figura de la Virgen de
Guadalupe de Extremadura, España, de hecho, la palabra "Guadalupe" en
realidad proviene del árabe "Wādi al-Lubb", que significa “río de
lobos” o "río oculto".
Reconocer a Marcos Cipac de Aquino como el pintor de la Virgen de
Guadalupe no resta valor a su impacto espiritual; al contrario, enaltece el
ingenio indígena en una era de oscuridad y opresión colonial. Esta perspectiva
invita a una fe más inclusiva, donde el “milagro” reside en la resiliencia
cultural y no en la negación de la historia.
En un México moderno, donde la identidad se teje entre lo prehispánico y
lo cristiano, es tiempo de honrar a Cipac como el artista que dio forma a un
ícono eterno. La verdad histórica, lejos de erosionar la devoción, la enriquece
con capas de humanidad.
La imagen de la Virgen de Guadalupe, venerada por millones, ha sido
tradicionalmente envuelta en el manto del milagro. Sin embargo, la historia, a
través de sus documentos y análisis, ofrece una perspectiva fascinante y sólida
que apunta a un talentoso artista indígena del siglo XVI como su verdadero
autor: Marcos Cipac de Aquino.
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