La cloaca digital: Palomar, bots y política a la mexicana #Podcast




Dicen que la memoria es frágil, pero hay cosas que uno no olvida: el primer amor, la primera resaca, y aquel glorioso 4 de enero del 2017, cuando la Ciudad de México decidió, en un arranque de creatividad colectiva, inventarse un universo tipo Mad Max.

Pero el fin no llegó con trompetas bíblicas, sino con algo mucho más mexicano: un chisme. Un rumor regado como cerveza en un antro de la Roma, pasando de boca en boca hasta convencer a medio país de que los saqueadores venían por ellos, sus tienditas y, probablemente, hasta por el puesto de tamales de la esquina.

Click-clack, click-clack. Las cortinas metálicas de los comercios caían como fichas de dominó en modo pánico. "¡Cierren todo, que ya vienen!", gritaban. "¿Quiénes?", preguntaban otros. "¡No sé, pero YA VIENEN!", respondían, con la certeza de un borracho que jura que sí puede manejar.

Al final, el saqueo fue menos épico que el miedo: unos cuantos Oxxos, una Bodega Aurrerá. Pero la pregunta quedó flotando: ¿cómo carajos un susurro se convierte en catástrofe?

Las redes sociales avivaron el fuego. Facebook se llenó de convocatorias estilo festival: "Mi primer saqueo será a las 9:30 pm. No faltes". Y todo en pleno gasolinazo, cuando el enojo colectivo buscaba culpables. El rumor fue el fósforo que faltaba.

Alguien puso ese fósforo ahí.

Porque esto no fue un accidente. Fue un guion. Y en México, los mejores guionistas no trabajan en Netflix...

Aunque todo parece indicar que también hacen noticias y telenovelas.

El Palomar: cuando la verdad era un guion

Durante décadas, Televisa fue mucho más que una televisora: era un ministerio de la verdad, un oráculo que nos decía no sólo qué pensar, sino también qué votar, qué rezar y qué comprar. Pero detrás de sus telenovelas de lágrimas postizas y sus noticieros con anclas de plástico, se escondía algo peor: un pequeño laboratorio de alquimia digital llamado internamente El Palomar.

No era, como uno imaginaría, un refugio para guionistas acabados o actores de reparto. No. Palomar era un santuario para ingenieros del caos: expertos en fabricar ficciones, en sembrar rumores como quien planta amapolas en Sinaloa. El nombre aludía a esos sitios donde las palomas van a defecar en paz. La diferencia es que aquí, los que defecaban sobre la verdad eran ejecutivos en traje Armani.

¿Necesitas hundir a un periodista incómodo? Palomar creaba un blog anónimo, salpicándolo de acusaciones de corrupción hasta que su reputación oliera a podrido.

¿Quieres que un ministro de la Suprema Corte llegue a la presidencia? Palomar movía ejércitos de bots para pintarlo como el mesías.

¿Te sobran millones y odias a Carlos Slim? Palomar producía videos deepfake donde el hombre más rico de México confesaba pactos con extraterrestres (ok, eso no, pero casi).

Todo esto no lo hacían solos. Tenían aliados, como Metrics to Index —una firma de "análisis de redes sociales" y "gestión de reputación digital" que hubiera hecho sonrojar hasta al mismísimo Lex Luthor — y, más grave aún, tenían tentáculos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Sí, los mismos que deberían custodiar la ley… entregándose al barro como cerdos gourmet.

Y no, no era personal. Era negocio. Como en esas mafias donde te mandan flores antes de enviarte una cabeza de caballo. El único credo era el cheque: grande, puntual y, preferiblemente, en dólares.

¿Que el cliente era “alguien” que odia a Ricardo Salinas? Sin problema. ¿Que el pagador era un amigo de Arturo Zaldívar? ¡Pongan a #ZaldívarNuestroLíder como trending topic! ¿Que Aristegui Noticias molestaba en ratings? Se fabricaba un escándalo exprés, más rápido que una orden de aprehensión en tiempos electorales.

Era como escuchar un narcocorrido interpretado por la Filarmónica de Viena: criminal, sí, pero con clase.

La filtración reciente sobre el Palomar es una bomba de racimo en el ecosistema podrido de los medios mexicanos. Legalmente, podría mandar a medio Televisa a cortarse las venas… usando los expedientes judiciales como navaja. No olvidemos que ya existen investigaciones en Estados Unidos que husmean las cloacas financieras de la empresa.

Reputacionalmente, la imagen es todavía más patética: si El Señor de los Anillos fuera una alegoría de Televisa, esta filtración sería el equivalente a descubrir que Sauron ganó, que Mordor es Televisa Chapultepec y que todos nosotros, pobres hobbits, aplaudimos desde la sala.

Políticamente, el asunto es letal: si los jueces de la Corte estaban infiltrados, ¿cuántas sentencias fueron, en realidad, capítulos de telenovela escritos por cínicos de corbata? ¿Cuántas condenas, amparos y absoluciones nacieron de un contrato, no de la Constitución?

Y por si todo esto no fuera suficiente para prenderle fuego al archivo, esta filtración es el doble de grande que los Panama Papers. Sí, ese escándalo que en 2016 nos dejó con un “qué poca madre” en la boca.

Pero, al final, la pregunta incómoda no es "¿Cómo lo hicieron?", sino "¿Cuántas veces se lo creímos?"

Porque el verdadero poder de la televisora no estaba en la habilidad para fabricar mentiras, sino en nuestra infinita sed de tragarlas. En un país donde el rumor es religión y el escepticismo es herejía, las fake news son como el chile en la comida: aunque nos destrocen el estómago, seguimos pidiendo más.

Así que la próxima vez que un rumor recorra tu grupo de WhatsApp, pregúntate:

¿Esto lo escribió un vecino asustado… o un tipo con oficina en Televisa?

Y luego, enciende la tele. A ver qué dicen. Pero ya con otros ojos.