La blasfemia es un derecho humano


En un mundo donde las ideas compiten y las creencias se entrelazan, el derecho a la blasfemia emerge como un pilar fundamental de la libertad de expresión. 

Lejos de ser un acto meramente provocador, la blasfemia —entendida como la expresión que cuestiona, critica o incluso ofende dogmas religiosos— es un derecho humano que merece ser defendido con vehemencia en la sociedad moderna. Su importancia es tal que, desde 2009, cada 30 de septiembre se conmemora el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia, una fecha que nos invita a reflexionar sobre por qué proteger esta libertad es crucial para el progreso, la diversidad y la convivencia.

El derecho a la blasfemia está intrínsecamente ligado al artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que consagra la libertad de expresión. Cuestionar lo sagrado no es solo un acto de rebeldía; es una herramienta para desafiar estructuras de poder que, a lo largo de la historia, han utilizado la religión para silenciar, controlar y oprimir.

Desde las caricaturas de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo hasta las pinturas de la exposición “La Segunda Venida del Señor” del artista Fabián Cháirez, la blasfemia permite exponer contradicciones, fomentar el debate y desmantelar tabúes que perpetúan la intolerancia.

En sociedades democráticas, el derecho a ofender, incluso a lo “divino”, es un indicador de salud cívica. Donde la blasfemia está penalizada, como en países con leyes contra la apostasía o la difamación religiosa (por ejemplo, Pakistán o Arabia Saudita), las minorías, los disidentes y los librepensadores enfrentan persecución, prisión o incluso la muerte. Según Amnistía Internacional, en 2023, al menos 40 países mantenían leyes que castigan la blasfemia, restringiendo no solo la libertad de expresión, sino también la de religión, al imponer una narrativa oficial sobre lo que es "sagrado".

El Día Internacional del Derecho a la Blasfemia, impulsado por organizaciones como el Center for Inquiry, no celebra la ofensa por la ofensa misma, sino la valentía de quienes se atreven a cuestionar lo incuestionable. Esta fecha recuerda casos emblemáticos, como el de Salman Rushdie, cuya novela “Los versos satánicos” le valió una fatwa y años de amenazas, o el de Asia Bibi, una cristiana paquistaní condenada a muerte por supuesta blasfemia, finalmente absuelta en 2018 tras una década de lucha. Estos ejemplos ilustran que defender la blasfemia es defender la vida, la diversidad y el derecho a pensar diferente.

En la sociedad moderna, donde las redes sociales amplifican tanto la libertad como la censura, el Día de la Blasfemia es un recordatorio de que las ideas deben enfrentarse con más ideas, no con violencia ni represión. La fecha también desafía la creciente tendencia de "autocensura" en Occidente, donde el miedo a ofender lleva a artistas, escritores y ciudadanos a silenciarse ante la presión de grupos religiosos o políticos.

En un mundo tan polarizado, la blasfemia no es un lujo, sino una necesidad. Primero, porque protege la pluralidad, pues una sociedad que tolera la crítica a lo sagrado es una sociedad que respeta la coexistencia de ateos, agnósticos, creyentes y escépticos.

Segundo, porque fomenta el pensamiento crítico. Cuestionar dogmas religiosos impulsa el escrutinio de otras formas de autoridad, desde el poder político hasta las narrativas culturales.

Tercero, porque es un acto de solidaridad global. Cada vez que defendemos la blasfemia en nuestras democracias, fortalecemos la lucha de quienes, en regímenes opresivos, arriesgan todo por decir lo que piensan.

Sin embargo, la defensa de la blasfemia no implica promover el odio. La línea entre la crítica legítima y la incitación a la violencia es clara, y el derecho a la blasfemia debe ejercerse con responsabilidad, sin perder de vista el respeto a las personas, aunque no a sus creencias. La libertad de expresión no es absoluta, pero limitarla bajo el pretexto de "proteger sentimientos" abre la puerta a la censura arbitraria, donde cualquier grupo puede reclamar ofensa para silenciar a sus detractores.

El Día Internacional del Derecho a la Blasfemia nos convoca a no dar por sentada la libertad de expresión. Es un día para alzar la voz por quienes no pueden, para apoyar a los caricaturistas, escritores y activistas que enfrentan amenazas, y para recordar que la libertad de ofender es también la libertad de crear, de dudar y de ser humano. En la sociedad moderna, donde las tensiones entre tradición y progreso son inevitables, la blasfemia no es un delito, es un derecho que nos define como sociedades abiertas y valientes.

Defender la blasfemia es defender la posibilidad de un mundo donde nadie tema expresar lo que piensa, incluso si eso significa desafiar lo sagrado. Porque sin el derecho a cuestionar, no hay libertad que valga.

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