La advertencia que ya conocemos… pero con sotana
Enciendes HBO y aparece el clásico letrero: “Contenido sensible, basado en hechos reales”. Uno piensa que viene otro thriller inventado, pero no. Esta vez es El Lobo de Dios, el documental que desnuda —sin pudor ni metáforas— la historia de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.El hombre que durante décadas fue reverenciado en Roma, protegido por papas y cardenales, resulta ser protagonista de un guion que ni Netflix se atrevería a escribir: abusador de menores, estafador de conciencias, padre de varios hijos ocultos y maestro de la manipulación.
La pregunta inevitable aparece: ¿cómo un depredador pudo sostener tanto tiempo la máscara de santo?
El documental exhibe testimonios desgarradores, pero también nuestra capacidad de mirar hacia otro lado. Porque Maciel no actuó solo: papas como Juan Pablo II lo elogiaron, empresarios lo financiaron, familias lo entregaron a sus hijos como si fuera un guía espiritual.
Maciel construyó un castillo de pureza con cimientos de podredumbre, y muchos aplaudieron.
Para tragar este trago amargo, solo queda el humor: El tipo pedía votos de castidad… pero tenía hijos. Pedía obediencia… pero ni el semáforo respetaba. Y encima había quien lo llamaba “nuestro padre”. Pues claro, porque literalmente lo era: dejó varios chamacos regados.
El doble rasero celestial
En nombre de la pureza, la institución les prohíbe a los niños hasta rascarse la nariz, pero permite que adultos con sotana les pongan las manos encima. ¿El resultado? Silencio, encubrimiento y protección del victimario.Cuando alguien denuncia, la reacción institucional parece un sketch de humor negro: “¿Seguro, hijo? ¿No estarás confundido?”, “Recemos juntos para que sanes.” La víctima termina culpable, el abusador como alma en pena, y la Iglesia como mediadora celestial.
Imagina una compañía de cuchillos que dijera: “No cortes pan, es pecado… pero si quieres apuñalar a tu vecino, adelante”. Exacto, así de absurdo.
Cualquier empresa con ese nivel de negligencia criminal estaría cerrada y demandada. Pero como aquí hay sotanas, latín y agua bendita, se llama fe. Pero el abuso no se borra con tres avemarías. Es crimen. Y quien lo encubre, cómplice.
Maciel predicaba pureza y vivía en exceso. Exigía obediencia y manipulaba a su antojo. Se decía representante de Cristo y encarnaba lo contrario.
Lo inquietante no es solo su historia, sino su legado vigente: colegios, universidades y fortunas millonarias. Como esas familias que saben que el abuelo fue mafioso, pero prefieren recordar solo los domingos de barbacoa y agüita de chía.
Ese sería el verdadero milagro: no rezar para que el escándalo se evapore, sino exigir justicia hasta que tiemble el púlpito.