Podcast: ¿Escepticismo o Negacionismo?: Domina el Arte de No Caer en Engaños

 



Estaba en uno de esos debates donde se mezclan las ganas de sonreir tiernamente con la tentación de salir corriendo, cuando un autoproclamado "experto en fenómenos paranormales" me soltó la joya de la semana:

“Lo tuyo no es escepticismo, es negacionismo”.


Y ahí lo tienes. Una frase con la elegancia de un balde de agua, servida como si me estuviera revelando un gran secreto del universo. Yo, por supuesto, había cometido el imperdonable pecado de pedir pruebas de que el "espíritu ancestral" grabado en un video borroso no era, por ejemplo, un espantapájaros con casco. Ya un clásico.

Lo curioso —y preocupante— es que esta jugada ya la había visto. Es como un número de magia malo: cuando no tienen con qué defender lo que afirman, en lugar de mostrarte las cartas, cambian las reglas del juego. Como si en medio de una partida de dominó alguien dijera: “Ah, por cierto, ahora si no crees en la telepatía pierdes dos puntos”.

Con solemnidad te sueltan cosas como: “El verdadero escéptico es el que duda incluso de la ciencia”. Y así, como quien no quiere la cosa, equiparan pedir pruebas con ser un cerrado, y tragar entero con tener la “mente abierta”. Bonita trampa, ¿no?

Lo vimos también hace poco con César Buenrostro, otro Grinch de los milagros, al que en pleno foro le soltaron el mismo golpe bajo: “¡Negacionista!”. Porque claro, exigir evidencia de que un alien apareció en Ecatepec y no en una convención de cosplay... eso es: "cerrarse al misterio".

Pero no, mi gente. Aquí no se trata de negar por negar. Se trata de no comprar el mole sin ver si trae pollo o guajolote. Y si eso es negacionismo, pues que me lo graben en la lápida: "Aquí yace un escéptico. Nunca vio un fantasma, pero al menos no le vendieron uno por 599 pesos más IVA".

Entre el escepticismo y el "no te oigo, lalalala"

A ver, para dejarlo claro como el agua de garrafón (la buena, no la que trae “memoria celular” y cuesta 200 pesos el litro): El escepticismo científico es como un buen detective. Duda, investiga y luego, solo si hay evidencia, cree.

El negacionismo, en cambio, es como taparse los ojos, los oídos, apagar el modem y aún así gritar: “¡No, no y no!”, mientras la realidad le da cachetadas con guante blanco.

Y es ahí donde el mercader de misterios entra al escenario, se ajusta su túnica de lino y dice: “Tú eres un cerrado”.

¿Cerrado por no creer que un cuarzo puede curarte la gastritis? ¿Cerrado por pedir que el video del ovni tenga más resolución que los números en una calculadora?

Entonces uno se vuelve el amargado del grupo. El que "mata la magia". El que le dice a los niños que los Reyes Magos son tus papás y que, si no te portaste bien, te van a dar solo un par de calcetines.

Pero les duele. Claro que les duele. Porque el escepticismo es su competencia directa. No por lo que decimos, sino porque hace la pregunta que los pone en jaque: ¿Y tus pruebas?

El manual del pseudocientífico mexicano (edición 2025)

Si alguna vez te encuentras en una conversación donde alguien defiende con uñas y dientes que “las pirámides fueron construidas por aliens”, aquí tienes un pequeño kit de supervivencia:

Táctica 1: “Usted ya decidió no creer”.

Respuesta sugerida: “No, compa. Estoy dispuesto a creer en enanitos verdes… pero primero muéstrame algo más convincente que un video grabado con un globo”.

Táctica 2: “La ciencia también se equivoca”.

Ante el clásico: "¡La ciencia también se equivoca, antes decían que los átomos no existían!", replica:
"Sí, y por eso ahora tenemos el método científico. ¿Su teoría de fantasmas ya pasó por revisión por pares o sigue en la fase de “me lo dijo un pajarito”?

Táctica 3: “El escepticismo también es dogma”.

Cuando te acusen: "Ustedes son igual de cerrados que los fanáticos", contraataca:
"Interesante. Nosotros pedimos evidencias, ustedes fe ciega. Pero sí, somos igualitos... como un bisturí es igual al cuchillo para mantequilla".

El día que los fantasmas paguen impuestos

 imaginen a un fantasma llegando al SAT a pagar impuestos por "actividades paranormales". O a un extraterrestre pasando por migración con pasaporte interestelar. ¿No sucede? Claro, porque lo que no existe no deja rastro verificable. Los verdaderos negacionistas no son los que piden datos, sino los que venden humo y se enfurecen cuando alguien pide ver qué es lo que pusieron en la estufa.

Por eso insisto: el problema no es dudar. El problema es que nos han hecho sentir culpables por hacerlo. Como si exigir una factura fuera un acto de agresión. Como si reírte de un gurú cuántico fuera peor que estafar a alguien vendiéndole una terapia de limón con bicarbonato. Como si pensar fuera pecado.

Y entonces, ¿qué nos queda? Nos queda preguntar. Dudar. Incomodar. Reírnos fuerte. Nos queda no tragarnos cada cuento con música de fondo y voz en off del History Channel. Nos queda defender la palabra "escepticismo" como lo que es: una herramienta para no vivir engañados.

¿Qué es más triste: admitir que nos estafaron… o seguir creyendo el cuento porque nos da miedo aceptar que no hay respuestas fáciles?

Tal vez no lo sé todo. Tal vez mañana alguien me muestre un fantasma de verdad, con INE y comprobante de domicilio. Pero hasta entonces, que me disculpen los cazafantasmas y buscadores de aliens… Yo prefiero seguir pidiendo pruebas antes de pagar la entrada al show.