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Amigos con Beneficios (Políticos)
Mar-a-Lago, 1992. Un joven Donald Trump —con el bronceado de alguien que se pasó de tueste— recibe a Jeffrey Epstein en su resort de lujo. Se saludan como viejos amigos de parranda. Los dos tienen algo en común: el amor por el dinero fácil y las mujeres jóvenes. Fotografías posteriores los muestran juntos en fiestas, aviones, clubes. "Es un tipo increíble", diría Trump de Epstein en 2002. "Le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas son muy jóvenes".
El Club de los Inadaptados Millonarios
Trump y Epstein eran almas gemelas en todo, menos en el estilo. Mientras Trump construía su marca a base de gritos, Epstein operaba en silencio, como una cucaracha que sabe dónde están escondidas las migajas. Pero ambos entendían algo fundamental: en Estados Unidos, el dinero no solo compra acceso, compra impunidad.
Trump se jactaba de tocar a las mujeres porque "cuando eres famoso, te dejan hacerlo". Bueno, no dijo eso, o más bien, no lo dijo así, pero tendrán que imaginarlo, porque yo no soy político, rico, ni famoso.
Epstein, por su parte, no hablaba, actuaba: reclutaba menores como si fueran a vender zapatos por catálogo.
Eso sí, cuando Epstein fue arrestado en 2019, Trump dijo: "No me llevaba con él. De hecho, nos llevábamos mal".
Claro. Como cuando le dejas de hablar a los amigos que se vuelven impresentables. Si los vuelves a ver, no los conoces.
El Juego de las Sillas Musicales (Pero con Cómplices)
Lo curioso no es que Trump y Epstein se conocieran. Lo curioso es cuánta gente poderosa conocía a Epstein y ahora actúa como si lo hubieran visto solo en fotos. Bill Clinton voló en su avión Lolita Express 26 veces. Alan Dershowitz, su abogado. El príncipe Andrés, su amigo íntimo.
Todos se lavan las manos.
Epstein murió en prisión. Su cómplice Ghislaine Maxwell está tras las rejas. Pero los clientes VIP de su red siguen libres. ¿Por qué?
Porque el sistema protege a los suyos. Trump, mientras tanto, sigue siendo presidente de facto del Partido Republicano, a pesar de sus más de 25 acusaciones por agresión sexual. ¿Cómo es posible?
Porque, como bien sabemos en México: "Con dinero, baila el perro".