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Estados Unidos tiene como presidente a un hombre que ha dicho que el cambio climático es un invento de China para joder la economía gringa. Un tipo que, cuando se le quemaba California, respondía que “eventualmente se enfriará”. Donald Trump es como ese tío incómodo que dice que el cáncer no existe porque él fuma desde los quince y “mira nomás qué sano estoy”. Solo que este tío, el de las cadenas de hoteles y los escándalos, tiene acceso a códigos nucleares.
Trump no está solo, por supuesto. Los negacionistas del cambio climático son como cucarachas: cada vez que crees que ya no quedan, sale una más de debajo del refrigerador. Algunos se disfrazan de “escépticos racionales”, otros simplemente dicen que es una conspiración global de hippies con doctorado. Irónicamente, suelen ser los mismos que creen que hay una red de pedófilos satánicos en una pizzería, pero eso sí, “no hay evidencia sólida del calentamiento global”.
Y no es teoría de conspiración decir que detrás de buena parte de esta narrativa están las grandes industrias fósiles. Un estudio publicado en Nature (2023) encontró que las principales compañías emisoras de carbono —las mismas que nos venden gasolina— han orquestado sofisticadas estrategias de comunicación para sembrar duda, diluir la urgencia y mantener su negocio ardiendo (literal y metafóricamente). No dicen abiertamente “el cambio climático no existe”, pero sí tuitean cosas como “la energía limpia aún no es confiable” o “necesitamos un enfoque equilibrado”. Es el negacionismo con corbata.
Pero cuidado. Culpar a los locos es fácil. Lo difícil es admitir que los “cuerdos” también la están regando.
Muchas de las políticas ambientales actuales parecen diseñadas no para resolver el problema, sino para que parezca que se está haciendo algo. Es como ponerle curitas a una herida de bala. Campañas para que apagues la luz cinco minutos al día, mientras los gobiernos subsidian la industria petrolera… Como en México, donde además el monopolio es estatal y se coloca en el mismo altar que otros símbolos nacionales: La Virgen de Guadalupe, "Bomberito Juárez", Cantinflas… Y Pemex.
México destinó, al menos en 2022, muchísimo más dinero a subsidiar gasolinas que a apoyar energías renovables, que porque había que salvar la empresa. Aunque no hay una cifra exacta que confirme que fue hasta “23 veces más”, como dicen algunos, sí sabemos que la brecha es abismal. Según reportes recientes, más de la mitad de la electricidad en el país se sigue generando con gas natural importado. Y mientras tanto, el potencial solar y eólico del país se deja en pausa, como si no tuviéramos un sol que da lástima de lo poco que lo aprovechamos. Ah, pero eso sí, el secretario de Medio Ambiente que tuvo el presidente López Obrador entre 2019 y 2020, dijo que los aerogeneradores atrapan aire de los indígenas.
Y mientras tanto, las soluciones reales —las que implican repensar cómo producimos, consumimos, nos movemos y vivimos— se etiquetan de “radicales”. Porque claro, lo verdaderamente radical es intentar sobrevivir en un planeta habitable.
Hace poco, en una reunión familiar, un primo me dijo que el calentamiento global era “natural, como las épocas de hielo”. Le respondí que también es natural que un meteorito te parta la madre, pero si sabemos que viene uno, ¿no estaría bien hacer algo?
Y es que a veces parece que nos da miedo aceptar que estamos metidos en un lío mayúsculo. Porque si aceptamos que el problema es real, también tenemos que aceptar que toca cambiar. Y eso incomoda. Nadie quiere que le digan que no puede tener su camionetota o su vuelo barato a Cancún. Nos encanta exigir conciencia mientras ordenamos con Uber Eats.
Pero también hay algo más: el miedo. Miedo a que ya sea muy tarde. Y quizás por eso preferimos negar, reír, o decir que es puro alarmismo. Porque si el Titanic ya chocó, ¿para qué correr?
Sin embargo, también hay esperanza. Hay algo profundamente humano en aferrarse a eso incluso cuando todo parece perdido. En el futuro, el planeta va a estar bien, de eso no hay duda. Nosotros somos los que estamos jodidos.
Imagina que dentro de cien años una zuricata evolucionada, una zuri-sapien sapien, encuentra nuestros huesos entre ruinas sumergidas. Imagina que descubre que lo sabíamos todo. Que teníamos los datos, los informes, las alertas. Y aún así, seguimos quemando, talando, tirando.
¿Qué pensará de nosotros?
¿Que fuimos idiotas? ¿Cínicos? ¿Cobardes?
Ojalá piense que, al menos, lo intentamos.
Y tú, ¿cómo quieres ser recordado?
Porque el oso polar ya puede estar muriendo. Pero aún puedes elegir no ser parte del hielo que lo hunde.