Versión podcast:
Estaba viendo el debate. De esos que uno pone “de fondo”
mientras lava los trastes, pero que de pronto te amarran con un comentario
inesperado. Fue el del 17 de abril de 2025, en Grupo Fórmula, por si quieren
buscarlo después. Azucena Uresti moderaba el intercambio entre Jorge Triana,
Arturo Ávila y Gibrán Ramírez. La cosa se puso intensa cuando Triana, sin
rodeos, le pidió su renuncia a Ávila por una supuesta foto con
narcotraficantes. Así, como quien pide una coquita sin azúcar.
Pero lo que me sacó del letargo fue lo que vino después: el
tema de los corridos tumbados y la propuesta de censurarlos. Gibrán —y aquí lo
digo sin ser su fan— fue sensato. Dijo algo que resonó: “si prohibimos los
corridos tumbados por violentos, ¿vamos a censurar también las películas de
Tarantino?”.
Y yo, en la cocina, casi dejo caer un plato.
¿Qué estamos prohibiendo cuando prohibimos?
Vivimos en un país donde el crimen organizado ya no es
subcultura: es espectáculo. El narco tiene su propio vestuario, su mitología,
sus estrellas, sus himnos. Es un universo completo que va desde El Señor de los
Cielos hasta Peso Pluma, pasando por videos en Face y Youtube con metralletas
de utilería y letras que hablan del “Patrón” (quien quiera que sea) como si
fuera un Robin Hood con cadena de oro.
El problema, claro, es qué hacemos con eso. ¿Prohibimos?
¿Regulamos? ¿Lo dejamos ser?
Desde 2023, al menos, varios municipios del norte de México
empezaron a vetar conciertos de corridos tumbados. No por su música —que dicho
sea de paso, a muchos les parece reggaetón con sombrero vaquero—, sino por el
contenido: armas, sangre, dinero fácil. Y sí, es incómodo ver a un chavito de
12 años tarareando versos que glorifican a un capo resolviendo problemas con
una ametralladora. Pero la solución no es tan simple como taparle los oídos.
Porque si vamos a censurar la violencia en la ficción…
tenemos que empezar por Hollywood.
Y ahí viene la gran pregunta:
¿La violencia en la ficción genera violencia real?
¿Los narcocorridos producen sicarios, o sólo reflejan una
realidad que ya existe?
La ciencia no ha sido concluyente. Hay estudios que sugieren
cierta correlación, pero no causalidad directa. Según una revisión académica de
la UAS (2021CJBD22), el consumo de música violenta puede reforzar actitudes
agresivas si ya hay un contexto propicio, pero no convierte automáticamente a
un oyente en delincuente. Igual pasa con los videojuegos. ¿Te hace GTA más
violento? Tal vez sí… pero solo mientras juegas. Luego apagas la consola y
regresas a tu tesis, a tu ansiedad, a tu salario mínimo.
Pero entonces, ¿qué sucede con los jóvenes?… porque igual y
no son los videojuegos. Es que nunca les enseñaste a tus hijos a diferenciar
entre la pantalla y la vida real. Ni siquiera les diste clases básicas de “Esto
es Fortnite” vs. “Esto es tu futuro”.
Peor aún: primero no les enseñaste a distinguir entre la
pantalla y una niñera, luego entre la pantalla y su mejor amigo… ¡Y ahora
esperas que de golpe entiendan que ‘GTA’ no es un tutorial de empleos!
Entonces, ¿culpamos al corrido o a la cultura que lo rodea?
Porque Tarantino hace películas con litros de sangre falsos,
sí. Pero no lo hace desde Culiacán, ni tiene de vecino al Chapo. La diferencia
está en el contexto. En Estados Unidos puedes hacer ficción sobre asesinos
seriales sin que eso sea el pan de cada día. Aquí en México, hay municipios
donde cantar una canción se parece demasiado a un parte policial.
Pero tampoco nos hagamos. Nadie se convierte en criminal por
escuchar una rola. Lo que sí pasa, es que la música construye símbolos. Y
cuando el símbolo del “éxito” es un tipo armado con carros blindados, corridos
y escoltas, la línea entre aspiración y apología se vuelve tan delgada como un
corrido de tres minutos.
¿Entonces censuramos o no?
Prohibir los corridos tumbados suena tentador. Suena a que
hacemos “algo” frente a tanta violencia. Pero en el fondo, es como castigar a
los espejos por reflejar la realidad. La música no inventó el narco. La música
es el soundtrack de un país donde muchos jóvenes ven más futuro en la plaza que
en la universidad.
Censurar letras no es combatir la violencia. Es encubrirla.
Como ponerle filtro de Instagram a una herida de bala.
Lo que necesitamos no es menos música, sino más educación.
Más oportunidades. Más justicia. Más Estado. Porque mientras eso no llegue, el
corrido seguirá sonando. Aunque lo prohíban. Aunque lo multen. Aunque lo
condenen desde el púlpito del Congreso.
Y ojo: que no se nos vaya la mano.
Si hoy prohibimos un corrido, ¿mañana qué sigue? ¿Prohibir a
Sabina por hablar de cocaína? ¿A Calle 13 por burlarse del poder? ¿A los Tigres
del Norte por cantar “La tumba falsa”?
¿Y después qué? ¿Quemamos a Tarantino? ¿Cancelamos a
Scorsese? ¿Clausuramos Netflix?
¿Vamos a medir la ética del arte según la sensibilidad del
político de turno?
La censura nunca ha salvado a nadie. Lo que salva, es la
conciencia.
Y para tener conciencia, necesitamos primero poder hablar.
Escuchar. Discutir. Molestarnos si hace falta.
Pero hablar.
Como las noches de viernes, en los debates. Donde alguien dice
algo incómodo. Y, por un segundo, todos guardan silencio. Ese silencio que no
prohíbe. Ese silencio que escucha. Ese silencio que piensa.