Versión podcast:
Afuera, el mundo tambalea entre guerras y promesas. Pero dentro del cabaret, el amor es libre, los géneros son líquidos y la ciencia no teme decir que el sexo y el deseo son tan diversos como la música. El doctor Magnus Hirschfeld camina entre mesas, más científico que activista, más humano que muchos curas. Ha fundado el Instituto para la Ciencia Sexual, un lugar donde no se exorciza a los "raros": se les estudia, se les escucha, se les respeta. Parece una utopía. Y como todas las utopías, no dura...
Corte a 1934. Las luces se apagan. La música calla. Y el mismo lugar donde ayer se amaban dos hombres hoy sirve para fichar “desviados”. Las risas se han ido, pero el fuego sigue: los libros arden en piras. También los archivos del Instituto. También las personas.
La historia no siempre se repite, pero sí rima. Y vaya que esta rima la estamos cantando otra vez.
¿Libertad de qué, y para quién?
El otro día me topé con un tuit. De esos que se sienten como un gancho al hígado: "Que se vistan como quieran, pero no pueden obligarnos a llamarlos por su disfraz." Lo escribió un ateo famoso. Uno de esos que quisieran llenar auditorios hablando de pensamiento crítico, de ciencia, de libertad de expresión.
Y ahí estaba yo, leyendo eso como si acabara de escuchar a Galileo pedir que vuelvan a encarcelar a Copérnico. Porque el tuit no era sólo ignorante: era profundamente contradictorio. Y más aún, era peligroso. Porque cuando el odio se disfraza de escepticismo, es más difícil de detectar. Y más fácil de compartir.
No fue un cura, no fue un predicador. Fue un “librepensador”. ¿Ironía? ¿Tragedia? ¿O simplemente el eterno retorno de lo mismo? Ciencia selectiva, moral a conveniencia La biología, dicen. La biología dice que hay hombres y mujeres y punto.
¡Ah, claro! Como también decía que los negros eran menos inteligentes, que las mujeres eran histéricas y que masturbarse causaba locura. Qué bonito cuando la ciencia es como un menú a la carta: sólo pides lo que te gusta, y dejas lo incómodo fuera del plato.
La ciencia real no es así. La ciencia cambia, incomoda, rompe paradigmas. Reconoce que hay espectros, que el sexo biológico no es binario, que hay cromosomas XXY, que la identidad de género existe aunque no la entiendas. Pero claro, entender eso requiere humildad. Y la humildad es escasa en los hilos virales.
¿Son rebeldes? ¿O simplemente los mismos de siempre?
Se hacen llamar libertarios. Pero su “libertad” tiene condiciones:– Que no seas pobre, o indígena, o queer.
– Que no uses lenguaje "raro".
– Que no le pidas al Estado que te cuide, pero sí que te regule el cuerpo.
Gritan “menos Estado” mientras aplauden que el Estado persiga a personas trans. Se dicen liberales, pero apoyan líderes autoritarios. Aman la ciencia, pero solo si respalda su prejuicio. Dicen odiar la religión, pero su discurso huele a púlpito. Son, simplemente, reaccionarios con Wi-Fi.
Yo también fui ese
Confieso que también me burlé. Que pensé que “lo woke” era ridículo. Que creí que todo estaba exagerado. Total, ya hay gays en las películas, ¿no? ¿Ya qué más quieren?
Pero nunca pensé en todo lo que no veía. En el miedo, en el chiste repetido que duele más que un golpe, en la mirada que juzga sin decir una palabra. Porque la homofobia ya no necesita gritar. Basta con un silencio incómodo. Una risa contenida. Una excusa para no invitar.
Y esa incomodidad que muchos sentimos no es racional: es histórica. Es el eco de siglos de represión, ahora maquillado de sentido común.
Pienso en el cabaret ardiendo, en los libros quemados, en los archivos perdidos, en los rostros que desaparecieron sin dejar rastro porque alguien decidió que su identidad era una amenaza.
Y también pienso en X, en Spotify, en ese comediante con micrófono que dice que no es odio, es humor. Y el público aplaude. Y todo parece tan familiar.
Quizá la pregunta no es si esto ya pasó antes. La pregunta es: ¿Cuánto nos falta para que vuelva a pasar con todas las letras?
Porque cada vez que alguien dice “no tengo problema con los gays, pero…” una cerilla se enciende. Cada vez que alguien dice “lo trans es una moda”, otra chispa cae. Cada vez que un podcast burla lo que no entiende, el fuego se acerca. Y cuando ardan los libros otra vez —porque arderán, si seguimos así—, algunos dirán que fue culpa del papel.
¿Y tú? ¿Vas a ser el que repita el chiste… o el que apague la chispa antes de que sea demasiado tarde?