¿Tiene cultura el ateísmo? Spoiler: sí, y mucha #Podcast




Hay una sospecha muy cristiana que ronda desde hace siglos: que sin Dios no hay moral, no hay arte, no hay sentido. Es como decir que sin azúcar no hay postres, ignorando que existe el ateísmo como existen las fresas con chile: es otro sabor, pero no lleva azúcar añadida. ¿Cómo que no hay cultura en el ateísmo? ¿Y los ensayos de Bertrand Russell? ¿Las sinfonías de Shostakovich? ¿La arquitectura soviética —que puede gustarte o no, pero cultura es—? ¿La literatura de Saramago, que le dio voz a un dios silencioso y a veces cruel solo para luego mandarlo al carajo con elegancia portuguesa?

La cultura atea existe, solo que no tiene templos… tiene teatros, cafés, universidades, bares oscuros donde se discute si Dios murió o si solo está fingiendo su desaparición como Michael Jackson.

Hay momentos gloriosos en los monólogos de George Carlin o en los de Carlos Vallarta, donde se sienta a Dios en la silla de los acusados. Ese tipo de humor no nace del vacío. Vienen de una tradición de escepticismo, sátira y pensamiento crítico que también es cultura. Lo que pasa es que no siempre lleva túnica ni incienso; a veces lleva lentes oscuros, un sueter y va armada con mucho sarcasmo.

El arte de la duda


En alguna ocasión, en un comentario que nadie pidió, un creyente me dijo que los ateos no hacen peregrinaciones. Le contesté que sí, pero las nuestras son a librerías, bares y cines, o a casa de algún amigo. No rezamos, pero leemos con devoción y valoramos lo mismo un juguito de naranja que un café o una cerveza. No tenemos santos, pero sí rockstars: Carl Sagan, Hypatia, Simone de Beauvoir, Spinoza, Epicuro. Si eso no es una tradición cultural, que venga el Monesvol y me corrija.

Y claro, hay quienes dicen: “pero eso no une a la gente como una religión.” ¿Y qué es entonces el cine ateo, las obras de teatro que critican los dogmas, los festivales de ciencia, los debates públicos sobre el secularismo? ¿Qué fue el Mayo del 68, qué fueron las tertulias del Café de Flore, qué es el internet lleno de memes de Jesús montando dinosaurios o espiando detrás de las persianas? Eso es comunidad. Con otro tipo de fe, eso sí: la del pensamiento libre.

Ya sé lo que algunos dirán: “¡Ah, entonces se creen superiores!” No. Solo diferentes. La superioridad moral es precisamente una enfermedad del dogma, no del descreimiento. Los ateos no creemos tener la verdad; de hecho, parte de nuestra cultura es sospechar de cualquiera que diga tenerla. Por eso hacemos chistes de todo, hasta de nosotros mismos.

“Dios murió, y no dejó encargado el changarro.”


Tampoco negamos que la religión ha inspirado maravillas. Las catedrales góticas, las misiones franciscanas, los villancicos que, lo acepto, se te quedan pegados como chicle viejo. Pero de ahí a decir que solo la religión produce cultura hay un salto mortal sin red. Si la cultura es la forma en que los seres humanos le dan sentido al mundo, entonces el ateísmo —esa forma de vivir sin certezas absolutas— también es cultura: una donde la duda es una virtud.

Pero, ¿Y si creer no fuera el único camino?

Yo me crié en una familia que no era particularmente religiosa, pero como en casi todo México, Dios estaba ahí como el primo borracho en las fiestas: no lo invitaste, pero siempre llega. Fui creciendo entre rezos que no entendía y catecismos que me sonaban a amenazas suaves. Un día, en la primaria, le pregunté a la monja que nos daba catecismo: “¿y si no existe el infierno?” Me castigaron. Como si cuestionar fuera incendiar la escuela.

Desde entonces, aprendí que muchos confunden fe con obediencia, y religión con cultura. Pero no todo lo que se canta en misa es música, ni todo lo que se dice en nombre de Dios es sabiduría. A veces, más bien, es control.

Hoy tengo amigos creyentes y no creyentes, y entre ellos se arman debates deliciosos. Uno me dijo hace poco: “El problema del ateísmo es que no propone nada.” Le respondí: “Tú tampoco propones nada cuando no crees en Zeus.” Porque ese es el punto: no creer es también una postura. Y si está acompañada de lecturas, humor, arte y comunidad, entonces es cultura. Aunque no tenga velas.

El altar de la incertidumbre


Tal vez no tenemos procesiones, pero sí caminamos juntos hacia algo: una idea, una risa, una pregunta. Tal vez no creemos en el alma, pero sí en la conciencia. Tal vez no esperamos la salvación, pero sí apostamos por la justicia aquí, en esta vida, sin necesidad de premios eternos ni amenazas celestiales.

Y si me preguntan cuál es el símbolo del ateísmo, no es una cruz ni una estrella. Es una ceja levantada. La ceja que duda, que pregunta, que dice “¿y si no?”. Una ceja que se alza como quien observa el cielo… no para buscar ángeles, sino para preguntarse, al estilo Carl Sagan, cómo carajos seguimos flotando en esta piedra azul.

Porque al final, también nosotros cantamos. Solo que nuestras canciones, a veces, están hechas de silencio, de ciencia, de ironía. Y eso también es cultura. Solo que sin coros divinos.